jueves, 24 de noviembre de 2011

Taberna La Batela

Al final de la calle Silva, esquina a la Plaza de la Luna, existió uno de los locales hosteleros con más solera y auténticos del barrio de Universidad, un bar con una fuerte influencia abertzale, o quizás sería más correcto decir arrantzale.

La Batela

El bar en cuestión reproducía en su interior la decoración de un barco; uno de los miles de barcos que partían de cualquiera de los puertos de Euskadi y que recorrían la inmensidad de los mares en busca de merluzas, ballenas, atunes y los celebérrimos bonitos del norte. La denominación del bar procedía del tipo de embarcación que habían colgado en la fachada, la cual también en sus aspectos principales tomaba algunos de los elementos característicos de los grandes barcos pesqueros. Quizás lo más llamativo era que esa fachada había sido pintada reproduciendo los colores de la Ikurriña, todo un desafío en los años setenta y ochenta del siglo XX, en el que el enfrentamiento entre el Gobierno Central y los Nacionalistas Vascos se encontraba en su pleno apogeo.
Desde siempre fue un bar de encuentro de las gentes finolis del barrio; sobre todo a su salida de la misa dominical de la Iglesia de la Buena Dicha que se encuentra pared con pared con la Batela.
En cierta ocasión mi padre se decidió a llevarme, yo estaba emocionado por fin podría degustar el plato estrella de esa casa, los famosos champiñones con jamón que todas las tardes preparaban en la plancha que se podía ver a través de la ventana de la fachada que daba a la Plaza de la Luna. 
Mi padre me pidió uno de esos hermosos champiñones, y como muchos otros padres de esa época me solicitó también la bebida típica de esa tapa la sagardoa. Recuerdo que lo que menos me gustó fue esa sidra; ya que yo estaba acostumbrado a un tipo de bebida más dulzona. Pero en definitiva lo más importante de ese día fue que habíamos roto la monotonía del aperitivo en los bares populares del barrio y nos habíamos sumergido en el maravilloso mundo gastronómico de lo que luego, con el paso del  tiempo, se pasó a denominar Micrococina.
Hoy en día La Batela conserva todos sus rasgos originales; excepto los colores de la Ikurriña en la fachada y ese aperitivo típico con su sidra, sagardoa euskalduna, de la cual me he convertido en un perfecto adicto.


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